Ya llegué a esta hora del día. Dónde posiblemente no tenga más, que muy poco que decir.
Llegué a esta hora del día, y aún sigue aquél pájaro de colita azul reposado en mi ventana. Me pregunto si espera algo de mí... Debería suponer que no tengo nada para él, nada que darle, pero extrañamente, no lo hace. Quizá se esté resguardando del frío, y no encontró más que una simple esquina hueca al fondo de mi ventana.
Llega esta hora de la fecha, ¿incoherente? Llega volando con mucha imaginación y expectativa. Es cuestión de segundos para demostrarle que no estoy de ánimos, sin siquiera una palabra que decir, o un gesto que pueda entender, ésta ansiosa 'hora'.
Llegué a este milisegundo del día en el que lamento cada partícula, por muy insignificante que sea, presente en mi vida. Éste milisegundo que a su vez desea rememorar cada recuerdo perdido de mi memoria y cada esperanza caída desde mí fuerza.
Llegué a un preexistente límite de cada día, que me hace gritar un poco más fuerte desde mis entrañas, la posible y ciertamente soledad que siento conmigo mismo. Un pequeño límite que a su vez es tan grande al cuestionar. Que me hace respirar tres veces, lento y despacio.
Llegué al final del silencio... tal cual un prestigioso final de más silencio; lo descubrí cuando caí a llorar inmensamente sin razón sobre las escaleras del piso cuatro y nadie, siquiera mi gran voz interior, salió a escucharme.
Llegué al comienzo de un abismo, que me hace temblar siempre que recorro sus fuertes y descoloridas paredes que solo veo uniformemente por horas, mientras sigo cayendo sin rumbo, sin un pequeño espacio o tiempo que me defina.
Seguí llorando a esta hora, en este milisegundo, en esta fecha, en este pequeño límite... en silencio y aún cayendo. El pequeño y desprotegido pájaro de colita azul aún estrecho en la esquina hueca de mi ventana y con mis ojos envueltos en realidad.
...mis ojos envueltos en realidad.
...en realidad.
...realidad.
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